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martes, 16 de junio de 2009

Hilda Gadea. La verdadera heroína?

Hilda Gadea Acosta nació el 21 de marzo de 1925 en la capital peruana y estudió economía en la UNMSM (*), desde donde ingresó a la política como dirigente estudiantil. Fue militante del APRA, cuando “el APRA no era el APRA”, cuando el partido de la estrella representaba los intereses del pueblo y no de la burguesía financiera, y luego de graduarse en 1948 fue secretaria de economía del APRA (Primera mujer en tal cargo).

Perseguido el partido aprista durante la dictadura de Manuel Odría, Hilda fue a trabajar para el gobierno de Guatemala presidido por Jacobo Arbenz, es en este país donde Hilda conocería a un médico argentino que había recorrido América Latina desde su Sureña tierra… Ese médico era Ernesto Guevara de la Serna.

Muchos dicen que fue Hilda quien creo al inmortal “Che”, otros dicen que fue su viaje por la “Mayúscula América” lo que convirtió a Guevara en el modelo de revolucionario que es, pero lo cierto es que Hilda Gadea fue quien acercó a Guevara a la vanguardia intelectual que surgía en Latinoamérica y buscaba cambios radicales.

Era 1954, y el imperialismo aún veía a Latinoamérica como su patio trasero, la CIA apoya un golpe de estado contra el legítimo gobierno guatemalteco y Gadea es detenida y luego obligada a salir del país, por lo que debe exiliarse en México donde se reencuentra con Ernesto Guevara.

Es en México donde Guevara conoce a Raúl Castro (actual presidente de Cuba), y es Hilda quien lo presenta. En 1955 se casa con el “Che”, y un año después tienen su única hija, conocida como Hildita. Guevara parte a la Revolución que lo inmortalizaría, Hilda vuelve a Lima con su hija, y con el triunfo de la Revolución se une a ella, trabajando en La Habana donde muere en 1974.


Carta a Hilda Gadea desde la Sierra Maestra.
28 de Enero de 1957

Querida vieja:

Aquí, desde la manigua cubana, vivo y sediento de sangre escribo estas encendidas líneas martianas. Como si realmente fuera un soldado (sucio y harapiento estoy, por lo menos), escribo sobre un plato de campaña con el fusil a mi lado y un nuevo aditamento entre los labios: un tabaco. La cosa fue dura. Como sabrás, después de siete días de estar hacinados como sardinas en el ya famoso Granma, desembarcamos en un manglar infecto, por culpa de los prácticos, y siguieron nuestras desventuras hasta ser sorprendidos en la también célebre Alegría y desbandados como palomas. Me hirieron en el cuello y quedé vivo nada más que por mi suerte gatuna, pues una bala de ametralladora dio en una caja de balas que llevaba en el pecho y el rebote me dio en el cuello. Caminé unos días por el monte creyéndome mal herido, pues el golpe de la bala me había dejado un buen dolor en el pecho. De los muchachos que conociste allí, sólo fue muerto Jimmy Hirtzel, asesinado por entregarse. Nosotros, en un grupo en que estaban Almeida y Ramirito, de los que conocimos, pasamos siete días de hambre y sed terribles hasta burlar el cerco, y con ayuda de los campesinos volvimos a agruparnos con Fidel. (Uno de los que se da por muerto sin confirmación es el pobre Ñico). Después de arduos problemas nos reorganizamos, nos armamos y atacamos un cuartel matando cinco soldados, hiriendo otros y haciendo algunos prisioneros. El ejército, que nos daba por disgregados, se llevó la mayúscula sorpresa, aumentó la suspensión de garantías a toda la república y por cuarenta y cinco días más nos echó encima tropa escogida; se la volvimos a disgregar y esta vez le costó tres muertos y dos heridos. Los muertos quedaron en el monte. Al poco tiempo, capturamos tres guardias quitándoles las armas. Si a todo esto se agrega que nosotros no tuvimos ninguna baja y el monte es nuestro, te podrás dar idea de la desmoralización del ejército, que nos ve escurrir como jabón entre sus manos, cuando nos cree en el buche. Naturalmente, la pelea no está totalmente ganada, falta mucha batalla, pero ya se inclina a nuestro favor: cada vez lo será más.

Ahora, hablando de ustedes, quiero saber si estás todavía en la casa a donde escribo y cómo están todos, particularmente el “pétalo más profundo del amor”. A ella me le das el abrazo y beso más fuerte que pueda competir con su armadura ósea. A los demás un abrazo y recuerdos. Con la precipitada salida dejé las cosas en casa de Pocho, entre ellas están las fotos tuyas y de la chiquita. Cuando escribas, mandámelas. Podés escribir a la casa de mi tío, a nombre del Patojo. Las cartas tardarán un poco, pero llegarán, creo.

Recibe un abrazo de
Chancho