sábado, 20 de marzo de 2021

Pandemia, un impuesto de la economía a la pobreza

Quiero compartir con ustedes una síntesis de este articulo de Pérez(2020), denominado Migraciones y Pandemia. Creo que se requiere regresar a las investigaciones fundamentadas como esta. No tiene desperdicio: 

La historia de la humanidad demuestra que las poblaciones siempre han sufrido la presencia de las enfermedades infecciosas. Se cree que alrededor del año 10000 a.C la viruela ya estaba presente en los primeros asentamientos neolíticos del norte de África (Spaulding, 1984). De igual modo se piensa que el sarampión podría haber empezado a afectar a los seres humanos cuatro milenios antes de Cristo. Otros hitos históricos como la muerte del faraón Ramsés V a causa de la viruela el año 1157 a.C dan cuenta la longevidad del vínculo entre humanidad y enfermedades infecciosas (Hopkins, 1980). Del periodo clásico destacan cuatro grandes brotes epidémicos: La plaga de Atenas, la epidemia Antonina, la peste Cipriano y La plaga de Jutiniano (Gozalbes Cravioto y García García, 2014).

En los comicios del periodo medieval, siglos IV y V d.C, acontecieron los primeros brotes de viruela en Asia. La entrada en contacto del recién creado estado insular de Japón con el pueblo coreano supuso la entrada de la enfermedad en la isla. La viruela Japón se desato en sucesivas epidemias que produjeron la muerte de cerca de un millón de personas (B. L. Walker, 2017). Posteriormente desde China se propagó por todo oriente a manos de las campañas bélicas del imperio huno y más tarde el mongol.

La lepra junto con la peste, quizá sean dos de las enfermedades más icónicas del periodo medieval. El origen de la lepra es incierto, aunque se han encontrado indicios de lepra en momias egipcias del siglo II a.C (Rius et al., 2019). La lepra desapareció de Europa en torno XV localizando sus últimos reductos en Noruega. Esta misteriosa desaparición se asocia a la llegada de la peste, la cual pudo haber arrasado con la población enferma de lepra (Soto-Perez-de-Celis, 2003) La pandemia de Peste bubónica también conocida como muerte negra ha sido hasta el momento el episodio infeccioso más letal de la historia de la humanidad. En apenas tres años (1347 and 1351) la epidemia diezmó la población europea provocando la muerte de al menos a dos tercios de sus habitantes.

Ya en la Edad Moderna, la llegada de los europeos al continente americano, uno de los hitos que marca el principio del periodo moderno, tuvo graves consecuencias en términos sanitarios. Junto a exploradores y esclavos viajaron gran cantidad de enfermedades infecciosas como la malaria, el dengue, el tifus, la fiebre amarilla, la viruela, la gripe o la peste (Hudson & Ethridge, 2002). La viruela se estima que fue la responsable de acabar con la vida del 90% de la población nativa de centro América (Gozalbes, C., García G., 2014; McNeil, 1998). El desarrollo industrial de la modernidad impulsó la proliferación de núcleos urbanos caracterizados por deficientes condiciones higiénicas y de hacinamiento que combinado 17 con el frágil estado de salud de los obreros industriales supuso un campo fértil para la aparición de enfermedades como la tuberculosis, la viruela o la peste (Soto-Perez-deCelis, 2003).

El siglo XX fue testigo de dos de las pandemias más letales de la historia, Gripe Española y el Sida. A comienzos de siglo XX en el contexto de la primera guerra mundial el desplazamiento de las tropas americanas propago alrededor del mundo un virus gripal. Posteriormente designado como la Gripe Española acabo con la vida de unos 50 millones de personas, cinco veces más muertes que las causadas por la propia guerra (Taubenberger & Morens, 2006). El Sida sigue en activo y es responsable de la muerte de más de 40 millones de personas desde el momento de su detección, a principios de los 80 (Byrne 2008). Hoy en día, la mayor parte de los contagios se dan en la región del África Subsahariana.

A partir del año 2005, se ha activado el protocolo de la OMS, para Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional, en cinco ocasiones: la pandemia de Gripe A en 2009, brote de polio en 2014, la epidemia de Ébola en África occidental de 2014, el brote de Zika en 2016 (Ministerio de Sanidad, 2009) y por último la actual pandemia de COVID-19 en 2020. De las cinco, solo dos han sido elevados a la categoría de pandemia, la Gripe A, causada por el virus de influenza (H1N1), y el COVID-19. Contrario a las anteriores, estas dos ultimas, demuestran una capacidad de transmisión que no entiende de barreras ambientales, ni diferencias socioeconómicas, logrando en ambas una rápida propagación a nivel mundial.

Las enfermedades infecciosas se distribuyen en el mundo de manera desigual. Esta incidencia desigual responde principalmente al factor económico. De tal forma que, en los países de ingresos altos apenas aparecen las enfermedades infecciosas entre las principales causas de muerte. La mayoría de estas enfermedades pueden prevenirse, sin embargo, no han sido suficientemente consideradas en la agenda médica internacional (Aagaard-Hansen & Chaignat, 2010). El Chagas, por ejemplo, es una enfermedad que se estima que afecta a 6 millones de personas y provoca una mortalidad de 14000 muertes al año (PAHO, s.f). 

Esta enfermedad lleva tratándose con los mismos medicamentos desde los años 70, algunos de los cuales generan efectos adversos en un 50% de los casos. Este atraso en la falta de tratamientos eficaces sale a relucir cuando se advierte que menos del 10% de los artículos relacionados con la enfermedad corresponde a ensayos clínicos (Monge-Maillo & López-Vélez, 2017). Si se consideran en conjunto las muertes a nivel mundial causadas por la tuberculosis, la malaria, el sida y las enfermedades diarreicas, en el transcurso de un año, éstas suponen más del doble de las causadas por la actual pandemia. Y sin embargo no han recibido ni una fracción de la atención dedicada al coronavirus.



jueves, 18 de marzo de 2021

Una mirada a los escenarios del futuro vistos desde 1998

En 1998 Canelón y González publicaron un artículo denominado El modelo político puntofijista, desarrollo, agotamiento y perspectiva,  23 años después podemos revisar las conclusiones y compararlas con el escenario actual: 

"Teniendo en cuenta las anteriores consideraciones, ¿Cuál es el futuro del sistema político venezolano? Por mucho que pueda intentarse extrapolar las tendencias estudiadas, es obvio que toda respuesta a esta pregunta tiene que tener algo de especulación. El estado del arte en las ciencia sociales en la actualidad, no da para mucho. En todo caso, podemos arriesgarnos a aventurar al menos tres escenarios:

En el primer escenario, se produciría un proceso de cambios graduales, pero más o menos concertados, dirigidos a echar las bases de un nuevo sistema político y de un nuevo modelo de desarrollo, que suplantarían definitivamente al esquema puntofijista. La implantación de estos cambios se haría enfrentando el fuerte antagonismo de las élites tradicionales que aún manejan buena parte de los hilos del poder. Esto producirá fuertes conflictos, que sin embargo se solucionan dentro de un esquema democrático, en el cual nuevos actores se unirían con sectores disidentes de las élites tradicionales para no producir grandes traumas, llegando incluso a realizar concesiones en algunos puntos. El nuevo proyecto estratégico a desarrollar se caracterizaría por el establecimiento de una democracia liberal más participativa, la profundización de la reforma del Estado y de la descentralización, y por el desarrollo de un sistema económico más abierto y competitivo, aunque con un importante contenido social.

El segundo escenario, se caracterizaría por el triunfo de una alternativa anti-sistema, conformada por actores emergentes, críticos del status quo, que le darían al proceso de cambios un carácter radical y veloz. Esto produciría un conflicto de tipo antagónico entre estos nuevos actores y las élites tradicionales, razón por la cual prácticamente no habría espacio para soluciones de compromiso. En este caso el proyecto estratégico tendría un carácter democrático-popular, y con acentuados rasgos autoritarios y nacionalistas.

En lo que respecta al sistema político se produciría la sustitución parcial o total de las instituciones liberales típicas, por otras que posiblemente tengan un carácter corporativo, a través de la cual se daría pie a la participación directa de los nuevos actores sociales en la gestión pública. La descentralización se profundizaría, pero bajo nuevos esquemas, a través de los cuales se establecerían ciertos controles a los gobernantes locales y regionales. En cuanto al modelo de desarrollo, podría decirse que se caracterizaría no por cerrarse totalmente a las políticas de apertura y reforma económica, sino por aceptarlas, pero de manera selectiva y discriminada, haciendo más lenta la integración del país al proceso de globalización.

El tercer escenario, se definiría por el triunfo de la opción conservadora, que procuraría extender en el tiempo la vigencia del pacto de Punto Fijo, tratando de adaptarlo a las nuevas circunstancias políticas, sociales y económicas del país. Para lograr esto tendría que producirse un reagrupamiento de las élites tradicionales, pero éstas tendrían que apoyarse en un liderazgo carismático que les diera suficiente legitimidad, si tomamos en cuenta que el panorama está signado por el continuo aislamiento de aquéllas del sentimiento mayoritario de la población.

De todas formas, en el aspecto político se continuaría con la descentralización y se llevarían adelante varias reformas puntuales –todas dentro del esquema de un proyecto democrático liberal poco participativo– que, sin ser fundamentales, serían de cierta profundidad, para satisfacer, de manera limitada, las demandas de los nuevos actores sociales y políticos, y darle mayor legitimidad al agotado esquema puntofijista. En cuanto al modelo de desarrollo, se apoyaría sin mayores inconvenientes continuar las políticas de apertura y reforma económica, dándole incluso una mayor velocidad de la que podría sospecharse.

En esta opción se produciría, eventualmente, el desmantelamiento de las fuerzas del cambio (que ya empezó, de alguna manera, con el segundo gobierno de Caldera), y el gran peligro es que se caiga en un período de deterioro social e institucional progresivo, y que el desprestigio de las élites tradicionales prepare nuevamente el terreno para la reaparición de fuerzas políticas que propugnen una ruptura violenta del orden institucional".

“Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla