domingo, 13 de noviembre de 2016

Constructivismo estructuralista

Posiblemente existan pocas expresiones en el lenguaje filosófico y político que se empleen con más frecuencia en la actualidad que las nociones de Sociedad y Estado. Lo que ha quedado claro en la revisión de los conceptos es que a la sociedad moderna no le quedan sino tres recursos para seguir funcionando: el dinero, el poder y la solidaridad; siendo los dos primeros propios del mercado y el Estado, mientras que el último corresponde a la gente, donde la dimensión social alcanza el sentido real de participar. (Habermas, 2003).
La noción de Sociedad Civil tiene una connotación académica, técnica y sociológica de límites difusos y con distintas acepciones, existiendo consenso en que se trata de un concepto en evolución y contextualizado que no puede ser analizado fuera de la perspectiva que lo originó. El Estado, el mercado y la comunidad constituyen sus limitantes y complementos, cuyo comportamiento afecta, y se ve afectado por la Sociedad Civil.
Keane (2003), caracteriza la Sociedad Civil por estar legalmente reconocida y garantizada por el Estado, pero con recursos, valores y normas independientes de este último. De acuerdo a este autor la Sociedad Civil se define como un espacio dinámico y contextualizado de interacciones entre asociaciones y organizaciones, cuyos miembros participan voluntariamente en todos los procesos que involucran el desarrollo de la comunidad a la cual pertenecen, con el fin de mejorar su calidad de vida.
Fortalecer la sociedad civil significa concebir a los sujetos como auténticos protagonistas de su desarrollo, atravesando distintas fases que van desde la concienciación de sus carencias y necesidades, pasando por la motivación para buscar las respuestas necesarias, asociarse para llevar a cabo los cambios y transformaciones, hasta lograr un adecuado reparto y socialización del poder.
De acuerdo a Francés (2002), empoderamiento es la idea de compartir poder y tomar decisiones a todos los niveles, teniendo como elementos constitutivos la autoestima, el desarrollo personal y la dignidad.  Este aumento en la influencia, poder y presencia de las organizaciones de la Sociedad Civil, genera una mayor responsabilidad y obligación de rendir cuentas públicamente, mejorando sus niveles de transparencia y legitimidad, mostrando toda la información en forma estructurada y justificada.
Las prácticas de empoderamiento se oponen, son el elemento inverso, a las relaciones verticales de poder vertido desde arriba, persiguiendo el objetivo de aumentar la participación individual y colectiva en movimientos o redes sociales activas. El poder puede entenderse como un activo propiedad del Estado o de la clase dominante, que lo ejerce para poder mantener el control y sellar su autoridad y legitimidad. En este sentido, el poder funciona en muchos niveles diferentes y está presente en los intereses contradictorios de distintos grupos dentro de un contexto en particular.
Solamente cuando se produce la apertura interna al Estado es posible ejercitar la influencia en sus procesos de toma de decisiones y ejercer atribuciones de control de las políticas públicas. A su vez solamente desde una actitud estatal de apertura se puede tomar conciencia de otras dimensiones del control social, que no se reduzcan a las formas convencionales de auditoría.
Por otra parte, el control social puede ser definido como el derecho y la obligación que tienen los ciudadanos, como miembros de una sociedad, de intervenir en forma directa o a través de sus representantes legítimamente elegidos, en el control de la gestión pública, y de velar porque las instituciones del Estado y sus gobernantes, en quienes han delegado el poder y la autoridad para dirigir la sociedad, utilicen y administren los recursos de forma honesta, equitativa, transparente y eficiente, en beneficio de toda la colectividad.
La participación y con ella el control social como una de sus expresiones, constituyen actualmente no sólo un requisito indispensable para la renovación y revitalización de las democracias, sino también una demanda de los ciudadanos quienes ya no se conforman únicamente en ser sujetos pasivos y meros clientes receptores de los bienes y servicios del Estado, sino que exigen, y cada vez con más fuerza, ser tomados en cuenta al momento de planificar las políticas, planes y programas que permiten satisfacer sus necesidades.
Como se aprecia la extensión del campo de acción del denominado control social es sumamente amplia, lo que motivó, casi desde sus orígenes una división entre sus corrientes o tendencias para el empleo tanto del vocablo como de su futura aplicación; se habla entonces del control social como control de la desviación o como conjunto de procesos de influencia y de presión, considerando el delito como una manifestación de la conducta desviada.
Este fenómeno pasa también a ser objeto de análisis de las teorías sobre el proceso social, donde se entrelazan las consideraciones del crimen como fruto de un aprendizaje social, el entendimiento de que todo individuo puede actuar criminalmente si el potencial delictivo que posee no es frenado por sutiles vínculos sociales que lo conducen al orden y por último la contemplación del delito como un subproducto del control social que previamente etiqueta y selecciona de manera discriminatoria, tanto las conductas como a sus autores, ubicándolos en un “status criminal”.
El criterio de responsabilidad se circunscribe a este concepto, requiriendo encontrar una respuesta a interrogantes como las siguientes: ¿quién es responsable y ante quién?, ¿de qué son responsables?, ¿cuáles son los procesos para rendir cuentas?, y ¿cuáles son los efectos potenciales de violar un determinado estándar?  La noción de responsabilidad se encuentra definida como la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente.
Sin embargo, en este concepto inmanente al Derecho existen algunos complementos, como la responsabilidad personal,  la responsabilidad delegada y la responsabilidad de las consecuencias de los actos (Pineau, 1980). En la evolución del concepto,  producto de los diversos sistemas de pensamiento que le han dado uso, el termino trasciende lo jurídico para formar parte de la filosofía moral,  cambiando el objeto de la responsabilidad hacia lo  vulnerable,  trascendiendo aún más hacía una extensión ilimitada de su alcance en la vulnerabilidad futura del hombre y del medio ambiente.
El concepto moderno de responsabilidad es indisociable de los procedimientos políticos democráticos y de la constitución de un estado de derecho, en el cual la responsabilidad se convierte en un principio esencial.  Superado el precepto tradicional del Derecho que establece que no existe responsabilidad sin culpa, se entiende que ambas nociones corresponden a momentos distintos: la culpa corresponde al pasado y la responsabilidad al porvenir (Perdomo, 2002).
De tal forma que una responsabilidad no culpable sirve para asumir que se es responsable por lo que se ha hecho pero también por lo que se ha dejado de hacer, puesto que coloca el énfasis no en los resultados de la acción sino en la toma de decisiones mediante la cual se asume cualquier circunstancia bajo el calificativo de responsable. Tal como lo refiere Jonas (1997), la responsabilidad es una función del poder: quién no tiene poder, no tiene responsabilidad.
Desde esta perspectiva, el contrato social, como teoría política, explica, entre otras cosas, el origen y propósito del Estado y de los derechos humanos. La esencia de la teoría (cuya formulación más conocida es la propuesta por Jean-Jacques Rousseau) es la siguiente: para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito, que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad completa de la que dispondrían en estado de naturaleza. Siendo así, los derechos y deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social. El Estado es la entidad creada para hacer cumplir el contrato.
En este marco teórico se puede entender la vinculación entre el constructivismo estructuralista y el derecho cuando se revisa la existencia de clases sociales como conjunto de condiciones sociales de existencia que inducen a comportamientos específicos y estilos de vida y que son el resultado de la posición ocupada en el espacio social según los capitales que se posean en el presente y la herencia social.
Dicha posición en el espacio social constituye las condiciones sociales de existencia, que dan lugar a distintos hábitos, gustos, prácticas y estilos de vida. La ubicación en el espacio no viene dada fundamentalmente por el valor de las personas, sino por la trayectoria seguida por su familia.
Las ciencias sociales recibieron el siglo XXI con la presencia de la noción de complejidad, y de diferentes conceptos a ella asociados, para referirse a procesos de naturaleza social. De esta manera, el enfoque sistémico contemporáneo plantea una visión holística, que ayuda a analizar la realidad de manera integral permitiendo identificar y comprender con mayor claridad y profundidad los problemas, sus múltiples causas y consecuencias.

El pensamiento sistémico es una actitud, que se basa en la percepción del mundo real en términos de totalidad para su análisis y comprensión; integrando, tanto el análisis de las situaciones, como las conclusiones que nacen a partir de allí y proponiendo soluciones en las cuales se tienen que considerar diversos elementos y relaciones que conforman la estructura de lo que se define como sistema. (García, 2006). 


Referencias Bibliográficas


Francés, F. (2002). Estrategias instituyentes de participación en el contexto de la globalización: el concepto de empoderamiento. Grupo de Estudios de Paz y Desarrollo. Universidad de Alicante. Disponible: http://www.iudesp.ua.es/documentos/empoderamiento.pdf  [Consulta: 2016, junio 6].
García, R. (2006). Sistemas complejos. Editorial Gedisa. Barcelona.

Habermas, J. (2003). La ética del discurso y la cuestión de la verdad. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Disponible: http://www.philosophia.cl/biblioteca/habermas/Habermas%20-%20La%20%E9tica%20del%20discurso%20y%20la%20cuesti%F3n%20de%20la%20verdad.pdf [Consulta: 2016, junio 6].

Jonas, H. (1997).  Técnica, medicina y ética: sobre la práctica del principio de responsabilidad. Editorial  Paidos. España. Disponible: http://books.google.co.ve/ [Consulta: 2016, junio 7].

Keane, J. (2003). Democracia y sociedad civil,  Madrid: Alianza Editorial .

Pineau, J. (1980). Théorie de la responsabilité civile.  Montréal

Perdomo, C. (2002). Tópicos: para diferenciar culpa de responsabilidad. Disponible:

          http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/16655/1/responsabilidad_culpa.pdf [Consulta: 2016, junio 8].



Del Pacto de Punto Fijo

Los acuerdos establecidos entre los partidos políticos para asegurar la sobrevivencia de la naciente democracia, y por consiguiente de esos mismos partidos que los suscribieron, se expresaron en un documento conocido en lo adelante como Pacto de Punto Fijo, mediante el cual se consagró  la  regla de los tres partidos políticos (AD, Copei y URD); pero simultáneamente se desarrolló, un sistema no escrito, que incluía la consulta para las decisiones fundamentales a la Iglesia católica a través de su más alta jerarquía; a las Fuerzas Armadas a través del Alto Mando Militar; a los trabajadores a través de la CTV; y al empresariado a través de Fedecámaras. (Jiménez, 2013).

En síntesis estaba constituido por un complejo sistema de negociación y acomodación de intereses heterogéneos en el que los mecanismos de tipo utilitario iban a jugar un papel central en la generación de apoyo al régimen y en el mantenimiento del mismo. De esta forma se neutralizaba por medio de la negociación algunos posibles focos de conflicto. (Bracamonte, 2015)

Con el paso del tiempo, los acuerdos se convirtieron en conducta corriente, en procedimientos institucionalizados que irían fundando un orden político particularmente puntofijista. En primer lugar, se ubica la promesa en la distribución del petróleo como expresión material de la democracia y de la justicia social. La peculiaridad del caso venezolano se fundamenta en la repartición de los recursos generados por la economía de extracción petrolera y cada sector se esfuerza por capturar alguna porción de la renta petrolera esparcida incluso a través de formas clientelares por un petro-estado.

A partir de esta concepción, asumir el poder u ocupar cargos de responsabilidad en la estructura del Estado era el comienzo de un proceso lógico de acumulación de grandes cantidades de dinero. Para ello se contaba con la protección, o en todo caso la complicidad, del entorno políticamente cercano. En otro aspecto, la represión fue practicada de forma sistemática contra quienes estaban fuera del sistema de partidos, o encarnaban propuestas que apuntaban a redimensionar o trascender los supuestos políticos e ideológicos de la llamada democracia representativa.

La celebración del Pacto de Punto Fijo estuvo destinada a excluir a otros factores fundamentales en la vida nacional del momento, como el Partido Comunista de Venezuela, que particularmente había trabajado por la unidad de las fuerzas democráticas en los duros años de la clandestinidad. Esta idea de un país próspero con una riqueza fácil, impidió la conformación de la crítica que presentara los peligros que comenzaban a estar latentes y que más adelante contribuirían a socavar las bases del proyecto puntofijista.

En todo caso esta prosperidad igualmente tendría sus límites, ya que amplias franjas de la población quedaron excluidas de la repartición de dinero. Por otro lado, se presenta el progresivo fortalecimiento del bipartidismo como el exclusivo mediador entre el Estado y las demandas de algunos sectores. El partido se constituyó en la vía más rápida a través de la cual se podía lograr algún cargo en la administración pública.

En el ámbito económico, se presentan sucesos como el del 18-02-1983, el llamado “viernes negro”: una fuga inusual de divisas, un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, lo que propició una alarma motivada al nivel que habían alcanzado las reservas internas, condujo a que el gobierno suspendiera la venta de divisas y devaluara el bolívar en un 30%, hasta establecer el control de cambios diferenciales. 

Si bien la medida del gobierno fue terminante, producto de la retirada de divisas que ya alcanzaban ocho mil millones de dólares, esto no era un fenómeno repentino; desde mediados de 1982 al país le estaba afectando una fuga de capitales importante. Para el momento en que esto ocurre el Estado estaba debilitado por la creciente deuda externa y el quebranto de la economía. Se terminaba el sueño que había colocado al país y a su moneda fuerte entre las naciones ricas y selectas del planeta.

De esta manera, la crisis política y las dificultades económicas contravenían el contenido de una democracia que había conquistado su legitimidad en su carácter redistributivo y potenciaron las protestas populares ocurridas en el escenario social, sobre todo en la década de los noventa. Y vienen el Plan de ajuste macroeconómico una oposición social a la que incluso se sumarían porciones de su partido, Acción Democrática, fracciones de la burguesía nacional, algunos medios de comunicación y sectores de la Iglesia católica. 

Pero la respuesta más espectacular a la crisis socioeconómica que atravesaba el país desde hacía años fueron las jornadas de protestas nacionales que se desencadenaron el 27 de febrero de 1989, a pocos días de los anuncios referidos al Gran Viraje y a los diversos compromisos contraídos por el gobierno entrante con el Fondo Monetario Internacional.

Luego de efectuarse dos rebeliones militares, las dificultades que hasta el momento habían tenido expresión en la sociedad, ahora se trasladaban hacia el centro de una de las instituciones más fundamentales para la continuidad de la democracia liberal de partidos, las Fuerzas Armadas Nacionales. Este es el escenario para 1993 se asistía al declive de la democracia de Punto Fijo, pero existía una gran incertidumbre en relación con el escenario político que vendría.


Referencias Bibliográficas

Bracamonte, L (2015). El declive de la democracia liberal de partidos en Venezuela (1974-2001). Disponible:  http://www.celarg.org.ve/Espanol/Bracamonte%20WEB.pdf

Jiménez, A. (2013) El declive de los partidos políticos. Disponible: http://prensa.ula.ve/2013/02/05/venezuela-vive-el-fenomeno-de-la-anti-politica-ante-el-rechazo-a-los-partidos-politicos-y-a-los-politicos-mismos




sábado, 29 de octubre de 2016

Partidos Políticos y Opinión Pública


En la sociedad contemporánea se encuentra presente un fenómeno complejo y en continuo crecimiento: la realidad de los medios de comunicación social, los “ mass-media”, o los “medios de masas” que están presentes en parcelas cada vez más amplias de nuestra vida. Los medios de comunicación acercan a la “aldea global”, en donde hechos, acontecimientos, informaciones, opiniones, de todo el planeta llegan a ser conocidos de forma casi inmediata en los lugares a los que dichos medios alcanzan. El fenómeno reviste tanta importancia que a pesar de su novedad, existe una amplia bibliografía sobre los medios, su incidencia en la sociedad, su estructura comunicativa, sus códigos expresivos y los recursos propios de cada medio.
Los ciudadanos deben disponer de información plural e independiente acerca de las diferentes alternativas existentes para definir y formular sus preferencias en el marco de cualquier sistema poliárquico. Los medios de comunicación desempeñan un papel fundamental como transmisores de información, creadores de opinión y agentes de socialización, esto es, instrumentos de difusión y transmisión de los valores políticos.
Especialmente durante las campañas electorales, los partidos y candidatos transmiten de forma directa e indirecta información sobre sus proyectos políticos. Cuando lo hacen de manera directa utilizan vías como internet, cartas, mítines, entrevistas, contacto personal, pero cuando lo hacen de manera indirecta emplean la prensa, la radio, la televisión. Los medios de comunicación también tienen un papel importante como agentes de movilización.
Ellos dan visibilidad a los actos participativos, especialmente si estos son de protesta, lo que ayuda a su eficacia, y son instrumentos que contribuyen a que los líderes políticos movilicen a diversos sectores en su favor e incluso con su mera cobertura periodística puede contribuir a esa movilización. Los medios de comunicación son actores políticos que expresan o articulan intereses de diversos sectores económicos y sociales ligados a los mismos.
Los medios ejercen control político sobre lo que ocurre en las instituciones y en la vida política. Tienen un papel clave como agentes de denuncia y control de las acciones de gobierno, sobre las actuaciones de la oposición o, a nivel más personal, sobre la vida misma de los políticos. Los medios pueden se convertir en grupos de presión sobre cuestiones puntuales, cambiar el desarrollo de unos hechos e incluso hacer que una política no se lleve a cabo o que un gobierno tenga que renunciar.
Los medios de comunicación de masas cuando son de propiedad pública también pueden ser entendidos como instituciones políticas que se encargan de desarrollar un servicio público en beneficio de toda la población. La posición idealista asume que cuando un medio es público en una democracia competitiva, no responde a las necesidades del gobierno de turno, sino que se convierte en el transmisor de una serie de valores democráticos y constitucionales del conjunto del Estado.
A pesar de los deseos de independencia que se puedan exigir, los contenidos de un medio de comunicación público forman parte de una política pública gubernamental, con lo cual los medios están sujetos a los criterios del partido, grupo político o líder que está en el poder. Por ello es fundamental garantizar la independencia política y económica, garantizar el acceso de la ciudadanía y el desarrollo de contenidos de calidad a estas instituciones.   
Ninguna organización social es ajena esta realidad y menos los partidos políticos y su representación de todo un sistema político. Los partidos políticos desempeñan funciones específicas en los regímenes democráticos, clasificadas de acuerdo a su origen en social e institucional. Las funciones sociales son aquellas que tienen los partidos como organizaciones que nacen de la sociedad, ante la cual tienen ciertas responsabilidades. Entre ellas se destacan la socialización política, la movilización de la opinión pública, la representación de intereses y la legitimación del sistema político. (Cárdenas, 2011)
La socialización política implica el deber de los partidos de educar a los ciudadanos en la democracia. Los primeros partidos de masas, que fueron de carácter obrero, estaban encargados de afirmar una identidad de clase y de preservar y transmitir pautas de comportamiento y valores que configuraban la cultura de la clase obrera.
Los partidos modernos siguen teniendo la obligación de promover los valores democráticos, el respeto de los derechos humanos, la práctica de la tolerancia y el derecho al disenso, así como también la de capacitar a sus miembros en los principios ideológicos del partido y difundir éstos entre los ciudadanos. Para realizar estas actividades cuentan con medios de difusión, publicaciones, escuelas de cuadros y, en general, centros de transmisión de sus ideas, no sólo a sus militantes, sino a todos los ciudadanos.
En la actualidad, la función socializadora de los partidos ha descendido en importancia por el papel creciente de los medios de comunicación. Los medios partidistas tienen una precaria existencia, pues los ciudadanos y en ocasiones los mismos afiliados prefieren una información menos doctrinaria. Gran parte de la llamada crisis de los partidos tiene que ver con la actual debilidad de su función socializadora, pues ello se interpreta como una incapacidad para vincularse con las aspiraciones y los intereses de la sociedad.
Corresponde a los partidos políticos permitir que se expresen las opiniones, pareceres y criterios de la sociedad civil y posteriormente dirigirlos a una concreción eficaz. Los partidos, al disponer de los medios materiales y las garantías de permanencia y continuidad, pueden asegurar la generación de movimientos de opinión. Sin embargo, algunos críticos de los partidos han señalado que éstos han sido rebasados por los movimientos sociales en cuanto a su aptitud para movilizar la opinión pública.
Esta afirmación difícilmente se puede generalizar puesto que algunos partidos han perdido su capacidad para articular las demandas de la comunidad, y ante ciertas reivindicaciones de los movimientos sociales no actúan con la celeridad que se requiere. Otros, en cambio, actualizan y reformulan sus estrategias y logran conformar mejores ofertas políticas frente a sus miembros y al resto de la sociedad.
La tercera función social de los partidos es la representación de intereses.  En la actualidad los partidos suelen intentar representar intereses muy variados y a veces contradictorios, lo cual significa que los partidos son medios de canalización de múltiples intereses, pero tienden a preferir unos sobre otros, atendiendo a su origen histórico o ideológico o a una determinada coyuntura política.
La última de las funciones sociales de los partidos es su papel como legitimadores del sistema político. Los criterios para medir la legitimidad de un sistema van desde su capacidad para mantenerse estable, ser eficaz y gozar de la aceptación de los ciudadanos, hasta la de respetar los derechos humanos en todas las esferas del poder. Uno de los criterios más aceptados en una democracia para medir la legitimidad del sistema alude a su capacidad para promover en su conjunto los procedimientos y las instituciones democráticas y para garantizar y respetar los derechos fundamentales de los ciudadanos.
Los partidos desempeñan una importante labor en esta función legitimadora, pues tienen un papel fundamental en la conformación de los órganos del Estado mediante las elecciones y, por otra, son focos de discusión y debate, con la obligación de no cancelar los procedimientos y las instituciones democráticas, y velar por el respeto de los derechos fundamentales.
Los partidos políticos hacen posible la democracia al hacer viables las decisiones mayoritarias e impiden excluir de los derechos a las minorías, permiten el consenso pero también el disenso y, por tanto, la tolerancia y el libre debate de las ideas, programas políticos y leyes. Esta función es la más importante de los partidos y refuerza la necesidad que tienen las democracias de conservarlos y perfeccionarlos.
Las otras funciones de los partidos políticos son las institucionales. Entre ellas se encuentran el reclutamiento y selección de élites, la organización de las elecciones y la formación y composición de los principales órganos del Estado, consideradas indispensables para la integración de los órganos del Estado y, por tanto, para la existencia de la organización estatal y del Estado de derecho.
La primera de las funciones institucionales, el reclutamiento y la selección de gobernantes, obedece a la necesidad que tiene cualquier sociedad de contar con un grupo dirigente que se encargue de la administración de los asuntos comunes. Una de las consecuencias más nefastas que trae consigo esta función, cuando no se realiza utilizando métodos y procedimientos democráticos internos, es la tendencia al funcionamiento oligárquico de los partidos.
De acuerdo a Michels (2008), este sigue siendo el desafío más grande que enfrentan los partidos, ya que la organización formal que requiere el partido para desarrollarse lleva en ocasiones a que los dirigentes adopten decisiones por encima de los intereses y deseos de la base. A pesar de ello, el reclutamiento de gobernantes, tiene efectos positivos en el sistema en su conjunto: contribuye a darle estabilidad, a profesionalizar la política y a alentar liderazgos que suelen ser determinantes en la vida de los Estados.
La segunda función institucional es la de organizar elecciones, lo cual implica la influencia de los partidos en la elaboración de la legislación electoral, su papel en todas las etapas o procesos electorales y el hecho de ser los principales beneficiarios del resultado electoral. La preponderancia de los partidos sobre las candidaturas independientes, cuando éstas existen, es más que notable.
De esta forma, los partidos presentan candidaturas, llevan a cabo la totalidad de la campaña electoral, determinan qué candidatos o afiliados participan en dicha campaña, designan representantes en las mesas electorales, participan en la totalidad del escrutinio y están legitimados para plantear los recursos que consideren oportunos y sean procedentes en materia de derecho electoral. Es casi imposible que funcione un sistema electoral sin el concurso de los partidos políticos.
La tercera de las funciones institucionales de los partidos es su papel en la organización y composición de los poderes públicos, principalmente del poder legislativo. Los candidatos triunfadores de los partidos integran las cámaras y conforman grupos parlamentario; igualmente, ocupan las distintas comisiones y estructuras del congreso.
En el caso del poder ejecutivo, y más aún en aquellos países donde no existe personal de carrera, los partidos triunfantes llenan casi en su totalidad los cargos públicos. Respecto al poder judicial, los partidos suelen tener en varios países una importante función en la designación de los miembros más importantes de la judicatura, pues mediante sus representantes en las cámaras y en el poder ejecutivo determinan quiénes serán los próximos ministros o magistrados.
Sobre el resto de los órganos del Estado, los partidos tienen también la función de organizarlos e integrarlos, influyendo en la designación o el veto de sus miembros y aprobando, por la vía legislativa, la estructura de los distintos cuerpos de autoridad. Esa es la razón por la que se ha sostenido que el Estado moderno es un Estado de partidos, y cuando degenera en corrupción y clientelismo deriva en partidocracia.
De esta forma, la participación política es un término que va unido al de democracia. Para que la democracia sea legítima, necesariamente necesita de la participación política, que es la posibilidad que tienen los ciudadanos de incidir en el curso de los acontecimientos políticos; es decir, son acciones que realizan los ciudadanos para incidir en un bajo o alto grado en los asuntos de un Estado.
Desde la perspectiva de la ciencia política, y más concretamente desde la teoría democrática de las elites, el liderazgo se ha considerado una pieza básica del sistema representativo democrático por los variados e importantes papeles que desempeña: desde nexo de unión de los militantes, pasando por ser la voz y el rostro del partido en sus aspiraciones, hasta devenir icono del electorado.
Las estrategias productivas de los medios informativos, en su afán por ganar audiencia, no hacen sino incrementar este fenómeno. Cada vez resulta más difícil encontrar una noticia de política sin contenido personal del líder político. Se trata de un concepto de liderazgo político basado en la visibilidad del medio; un liderazgo creado y diseñado para “ser observado” como símbolo de acciones y propuestas de su partido o de su gobierno (Rospir, 1999). Se trata de un liderazgo “electrónico”, en la medida en que su existencia, continuidad o futuro pende del medio audiovisual. De allí surge la afirmación que “El líder electrónico no tiene un pueblo; tiene público, tiene espectadores”.
La comunicación política se encuentra situada entre la ciencia política, la sociología y las ciencias de la comunicación. Estudia el papel de los medios de comunicación en la esfera política e incide en los procesos de comunicación de masas y en el comportamiento político. Aunque existe la tendencia generalizada a centrar el análisis de esta práctica en torno a las elecciones, la comunicación política no se sitúa solamente en el estudio de estos momentos sino de procesos políticos diversos (Rospir, 1990).
Los medios de comunicación son en la actualidad el espacio público de la comunicación política. Desde esta concepción, en su calidad de gestores institucionales de la opinión pública, los medios de comunicación parecen estar desplazando en la actualidad a otras instituciones, tales como la familia, la escuela o los partidos políticos, de su condición de agentes de socialización política, La centralidad de la televisión en el terreno de la comunicación política y en ese carácter están afectando las dimensiones cognitiva, afectiva y evaluativa de la cultura política. (Vega, 2010).
En el terreno de la comunicación política, antes de su aparición, el escenario de encuentro entre ciudadanos y políticos lo constituían los mítines y el parlamento, de los que la radio y la prensa solo daban cuenta, pero con su irrupción se modificó la forma de hacer política: urgió a adaptarla a un lenguaje televisivo. La televisión ha influido en la política al imponerle sus propias lógicas expositivas, modificando con ello el escenario político en general.
El resultado de estas mal implementadas estrategias es el debilitamiento de las identidades partidarias como referencia clave de la decisión electoral. Este fenómeno comporta una progresiva disminución del voto de clase, en particular, y de los comportamientos electorales. En cambio, los factores coyunturales como climas de opinión y, sobre todo, la elección de candidatos, parecen ganar fuerza en la evaluación del elector para elegir su papeleta, lo que no dejaría de ser un factor más de desideologización de la sociedad al sustituirse la identidad partidaria por los temas difundidos por los medios masivos de comunicación.
La consecuencia final es que parece haberse asentado en la cultura política de las sociedades actuales el axioma de que no puede haber política sin líder. Lo que no deja de ser una contradicción con la propia base etimológica de la palabra democracia, concebida como el gobierno del pueblo por el pueblo. Al mismo tiempo, el líder se convierte en el referente básico de la competencia electoral democrática, lo que significaría reconocer una vuelta a la vieja tesis weberiana de que las elecciones son plebiscitos entre candidatos.
Todos estos cambios tienen un motor básico en la televisión, lo que también implicaría asumir que son los medios los responsables últimos de la comunicación política. Es decir, que el resultado final de la comunicación política pasa a depender de la capacidad de visibilidad que logre el líder en los medios electrónicos, así como de la fuerza comunicativa que tenga la imagen que proyecte (Bouza, 1988).
En este momento se introduce en este análisis el concepto de opinión pública, el cual es ambiguo, difícil de delimitar; y siempre problemático. A pesar de la dificultad de encontrar una definición general y unívoca de la opinión pública se puede afirmar que es un fenómeno comunicativo y psicosocial que depende del contexto histórico y sociocultural.
Al mismo tiempo que es producto de varios factores como la personalidad de los individuos, de los estratos sociales, de la forma de gobierno, del sistema educativo imperante, de la acción de los medios de comunicación, entre otros. El problema, por tanto, es complejo y debe ser revisado con un alto sentido crítico.
De hecho, los medios de comunicación, tanto escritos como electrónicos, han tratado de influir en el quehacer estatal, no siempre en beneficio del bien común y de la libertad de expresión como a veces se ha querido entender, sino en su propio interés y conforme a procedimientos bien lejanos de la libertad de información de los usuarios, ya que muchos medios de comunicación sirven a los intereses de sus propietarios, promueven las campañas que política, económica y culturalmente interesan a quienes pagan.
Si se revisa el papel que juega el Estado, pareciera el de un  empresario más dentro del campo de la competencia económica, en donde lo que interesa no necesariamente es el poder político, sino las ganancias económicas que represente la participación y el control de los flujos de información. La relación entre medios y la democracia, como ya se ha afirmado, consiste en que la información es la base de todo proceso democrático, o como afirma Valadés: "todo proceso democrático es un proceso comunicativo" ya que la democracia misma es el resultado de procesos deliberativos y toda deliberación "supone la modificación endógena de las preferencias a través de la comunicación".
Tal como lo afirma Dahl (1992) todo sistema democrático tiene dos componentes básicos: (1) Libertad de expresión: los ciudadanos tienen el derecho a expresarse, sin correr peligro de sufrir castigos severos, en cuestiones políticas definidas con amplitud, incluida la crítica a los funcionarios públicos, el gobierno, el régimen, el sistema socioeconómico y la ideología prevaleciente, (2) Variedad de fuentes de información: los ciudadanos tienen derecho a procurarse diversas fuentes de información, que no sólo existen sino que están protegidas por la ley.
En concreto, los medios de comunicación en una sociedad democrática moderna cumplen con las siguientes funciones: a) producir información, cultura, educación y entretenimiento que contribuya a la formación de una cultura cívica; b) supervisar y vigilar la gestión y organización del poder público; c) servir al interés público de los ciudadanos; d) difundir dicha información y convertirla atractiva para la audiencia. En este aspecto, una vez que se hayan establecido las normas jurídicas que den figura a un sistema democrático, el papel del Estado se reduce a velar por el cumplimiento de las modalidades de los derechos, sea para impedir los abusos, o sea para anular los actos contrarios a las normas.
Resulta importante señalar que en paralelo a esta revolución democrática, especialmente en los últimos veinte años, se ha producido una nueva revolución tecnológica, significando el traspaso desde una sociedad industrial hacia una sociedad basada en el conocimiento, en red, con el crecimiento exponencial de Internet como máxima expresión de sus ilimitadas posibilidades. El entrecruzamiento entre ambos fenómenos, democracia e Internet, es tan evidente como de estudio reciente.
Internet proporciona múltiples oportunidades para la participación ciudadana, como el desarrollo potencial del voto mediante conexión en línea; la puesta a disposición del usuario de páginas electrónicas de partidos y candidatos; el acceso a fuentes y documentos públicos y gubernamentales; el aumento de la capacidad de trabajo y cooperación entre grupos de interés y nuevos movimientos sociales; la fácil disponibilidad de fuentes de información y noticias sobre acontecimientos de actualidad provenientes de periódicos en línea, televisión de banda ancha y canales de radio; la capacidad de los ciudadanos de ponerse en contacto con los representantes por ellos elegidos y de examinar a fondo la legislación emanada de las instituciones locales y nacionales; y la puesta a disposición de servicios públicos en línea sobre impuestos, sanidad, vivienda y educación. Los partidos también pueden disponer de Internet para generar más posibilidades de participación, movilización e información a sus miembros y mejorar los condiciones de comunicación entre ellos y los líderes partidistas.
Las características estructurales propias de la Web la convierten en el ejemplo perfecto de un sistema democrático: la carencia de control centralizado, la creación de redes de pares, la cultura en torno a compartir, y su carácter masivo. Teóricamente, el acceso universal a Internet se constituiría en un mecanismo abierto, inclusivo y a bajo costo para que todas las personas tengan acceso equitativo a mecanismos de participación, comunicación y organización.
Sin embargo, los retos de la democracia electrónica incluyen, entre otros, preocupaciones relacionadas con la seguridad y protección de los datos personales, y la verdadera existencia de ese acceso universal a Internet del que hablamos, sumado a los niveles de alfabetización digital necesarios para que las personas puedan participar de manera efectiva. Los sistemas democráticos con los que contamos en la actualidad no suelen requerir una comprensión demasiado profunda de su funcionamiento, aunque quizá pueda argumentarse que esta carencia de conocimiento por parte de los votantes sea una falla y no una virtud.
En teoría, Internet ofrece a las personas un mecanismo más sencillo y a menor costo para investigar sus opciones e involucrarse en la política, lo cual debería facilitar que más personas participen del proceso. En los lugares donde, además, se permite y protege el anonimato, éste puede hacer que la persona se sienta más segura de expresar sus opiniones con respecto al gobierno. Aunado a esto, lo que quizás constituya el centro del concepto de democracia digital es la posibilidad que ofrece Internet de construir una plataforma de seguidores, de influenciar las opiniones de un alto número de personas aún contando con muy pocos recursos financieros.
Castells (2011) afirma que estas nuevas tecnologías de la información tiene las siguiente características: (1) Son tecnologías que actúan sobre la información, y no solamente información para actuar sobre la tecnología; (2) Poseen efectos y alcances con una elevada capacidad de penetración; (3) La lógica de interconexiones de todo el sistema o conjunto de relaciones que utiliza hace que la morfología de la red pueda adaptarse a una complejidad creciente de interacción, con pautas de desarrollo impredecibles que surgen del poder creativo de esa misma interacción; (4) Poseen una flexibilidad que las hace maleables e incontrolables a la vez; (5) Iniciadas como tecnologías muy específicas, terminan convergiendo en un sistema altamente integrado.
Entonces resulta evidente que otra comunicación es posible. Los grandes medios de comunicación ya no son la única fuente. Los medios tradicionales están siendo obligados a redefinir su papel. Ahora, cualquiera puede buscar sus propios canales para informar y ser informado, gracias a múltiples aplicaciones puestas a disposición del ciudadano. Las nuevas tecnologías han aumentado de forma espectacular la potencialidad de los medios.
La información es poder y el poder, y las relaciones de poder, son esenciales, en toda sociedad porque quien tiene poder construyen las instituciones en función de sus intereses y valores. Se ha pasado de un sistema de comunicación de masas, a un sistema de auto-comunicación de masas, a través de internet y de las redes móviles.
Por auto comunicación de masas se entiende la capacidad de cada persona de emitir sus mensajes, seleccionar los mensajes que quiere recibir, organizar sus propias redes, ponerse de acuerdo con otras personas en redes en internet, en que los contenidos, las formas, los participantes de esas redes son decididos autónomamente.
Efectivamente todo esto en un entorno dominado por las empresas de telecomunicación, las empresas de internet. Pero, aún en ese espacio, hay posibilidades infinitamente mayores de las que había en los medios tradicionales de comunicación de masas, para organizar redes horizontales de comunicación interactivas, que llegan a la sociedad a través de personas, intereses, valores, grupos sociales, que no se están representando en los sistemas corporativos de poder. Y por consiguiente se ha ampliado extraordinariamente el espacio de la comunicación conflictiva y por tanto el espacio de la capacidad de auto organización de las personas en la sociedad.
La comunicación es esencial, un derecho fundamental, porque si es la base del poder y del contra poder, la democratización de la comunicación es el principio de la democratización de las instituciones y de la sociedad misma. La comunicación libre, autónoma y para todo el mundo, es un derecho tan fundamental como la salud o la educación.
En la democracia actual los medios de comunicación se han convertido en un sistema parapolítico que influye en el sistema, las instituciones, los ciudadanos y los modos de relacionarse con, desde y hacia el poder (Corredor, 2003). Sin embargo, es obligatorio volver la vista a lo que realmente los medios de comunicación ofrecen y ponderan en un esquema de conglomerados que concentran la información.
Recordando que una de las características o estrategia de negocios de las empresas mediáticas es el sensacionalismo o dramatismo en las historias, creando un sistema de valores falsos que son sostenidos por estudios de mercado y lanzados como "lo que interesa al público" que no es lo mismo que "el interés público".
El hecho es que si los medios de comunicación no fomentan los valores democráticos y enriquecen la cultura cívica, resulta que el negocio que los medios representan no es compatible con los propósitos democráticos o útil siquiera al Estado de derecho. Es más, el sensacionalismo ha probado ser mitigante de los valores democráticos. (Luna, 2001).
Las democracias actuales requieren de una cultura cívica sólida que participe y se interese por los asuntos públicos. En cuanto la sociedad civil se organice y se forme una masa crítica capaz de manifestar sus necesidades y deseos frente a la información, contenidos y acceso que de los medios obtenga, estos serán rentables y capitalizables como beneficiosos para la sociedad.

Referencias Bibliográficas

Cárdenas, J. (2001). Partidos políticos y democracia. Disponible:  http://bibliohistorico.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=503
Castells, M. (2011). Comunicación, poder y democracia. Disponible: https://culturaelectoral.wordpress.com/2011/05/27/manuel-castells-comunicacion-poder-y-democracia/
Corredor, M. (2003). De la retórica a la ciberpolitica. Disponible: http://www.gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/COM2003121_4-9.pdf
Dahl, R. (1992) La democracia y sus críticos. Disponible: http://ih-vm-cisreis.c.mad.interhost.com/REIS/PDF/REIS_079_14.pdf
Luna. I. (2001). Medios de comunicación y democracia: 
Realidad, cultura cívica y respuestas legales y políticas Disponible:
http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n23/23_iluna.html
Michels, R. (2008). Los Partidos Políticos.
Rospir, J. (1999). "La globalización de las campañas electorales". En A. Muñoz-Alonso y J. Rospir, Democracia mediática y campañas electorales, pp. 55-88, Madrid: Ariel Comunicación.

Vega, A. (2010). La centralidad de la televisión en el Terreno de la comunicación política- Disponible: file:///C:/Users/Ana/Downloads/Dialnet-LaCentralidadDeLaTelevisionEnElTerrenoDeLaComunica-3739702.pdf


Populismo

El populismo surge como resultado de la crisis de la democracia moderna; se trata de una cultura política caracterizada por hábitos autoritarios, mediaciones clientelares, valores anticapitalistas, símbolos nacionalistas, personajes carismáticos, instituciones estatistas y actitudes que exaltan al pueblo. Según Salamanca (2006) el caldo de cultivo del populismo es la pobreza que incentiva el surgimiento del líder populista, el que a su vez no ataca el fondo de los problemas y se genera más pobreza, por lo que se crea un círculo vicioso pobreza-populismo como esencia de la naturaleza política latinoamericana.
Entre todas estas características existen dos de ellas que diferencian el populismo de la democracia: el imperio de la ley como valor político fundamental y la legitimidad democrática Además en el populismo, existe manipulación de la información por los medios de comunicación, lo cual de alguna manera solapa la ineficiencia e ineficacia de las instituciones.
A diferencia del populismo, donde para el partido es fundamental el compromiso que se cree con éste, para la democracia es fundamental los partidos o sistemas de partidos democráticos. El liderazgo populista no respeta las reglas del juego democrático, y las manipula según sus intereses; de igual forma viola los compromisos contraídos con los ciudadanos, y se aprovecha de la ineficiencia de las instituciones de la democracia representativa; todo lo que va en detrimento de la consolidación democrática.
En la democracia, por el contrario la gente gobierna, a través de todas las nociones presentes en el concepto de ciudadanía, mientras que en el populismo rara vez se le otorga este poder a la gente, sino más bien son los líderes populistas y las élites que lo rodea quienes ejercen “en nombre del pueblo” ese poder. Bajo estas condiciones es cierta la premisa que considera necesario algún grado de populismo para lograr el gobierno de la gente, aun cuando efectivamente no sea la gente quien gobierne.
Tal como establece De la Torre (2013), el riesgo de que los regímenes populistas disminuyan el espacio democrático está presente pero, a su vez, estos intentos son frenados por la sociedad civil y por las instituciones democráticas. No se trata de contradicciones ni antagonismos en síntesis muchos regímenes populistas lo que buscan es incrementar la participación y la inclusión de los históricamente excluidos.
Existen en la ciencia política visiones que entienden el populismo como un peligro para la democracia, que puede llevar a la conformación de regímenes autoritarios; sin embargo hay quienes lo analizan como un movimiento que democratiza los sistemas institucionales excluyentes. (De la Torre, 2013).  El neopopulismo es definido como una estrategia política para llegar al poder o ejercerlo con la que líderes personalistas buscan el apoyo directo no mediado ni institucionalizado de un gran número de seguidores.
Los líderes populistas no han sido socializados en las reglas del juego democrático y en la política parlamentaria del compromiso. Surgen en contextos de crisis de los partidos y de las instituciones políticas, sobre todo del Parlamento y llegan al poder con el mandato de terminar con el dominio de los políticos tradicionales y de refundar la democracia.
Basado en lo anteriormente señalado para algunos autores el populismo es en realidad una innovación de la democracia que se asienta en el compromiso con la justicia social y en políticas económicas y sociales que ponen fin al neoliberalismo. El Estado tiene un papel central en el control de los recursos naturales, en la distribución del ingreso y en la protección de los más pobres y vulnerables. Se han democratizado convocando asambleas constituyentes participativas para revertir el déficit de la democracia liberal y se redactaron nuevas constituciones que expandieron los derechos y establecieron modelos de democracia participativa, como es el caso de Venezuela.
Sin embargo, los partidarios de la democracia liberal que garantiza los derechos de la oposición, el pluralismo y las libertades civiles, tienen una evaluación diferente argumentando que los gobiernos populistas son autoritarios pues concentran el poder en el Ejecutivo, construyen a los opositores como enemigos malignos que atentan en contra de los intereses del proceso revolucionario, están en guerra con los medios privados de comunicación y las elecciones se dan en condiciones que favorecen a quienes están en el poder sin dar las mismas garantías a la oposición. (Levitsky y Loxton, 2013).
A pesar de estas críticas, hay que tomar en consideración los aspectos incluyentes y democratizadores que se han dado en estos gobiernos. El concepto de pueblo es central en la manera en que el populismo entiende la democracia. El discurso populista construye al pueblo y a las élites como polos antagónicos. Los líderes populistas dicen encarnar los deseos y virtudes del pueblo, prometen devolverle a este el poder y redimirlo del dominio de élites políticas, económicas y culturales. Pero como se señala en Filosofía, el pueblo es uno de los conceptos más usados y abusados en la historia de la política.




Poliarquía

Un Modelo de Poliarquía basado en la Participación Ciudadana

Las democracias actuales no pueden ser consideradas auténticas democracias en el sentido literal de “gobierno del pueblo”.  Según Dahl (1989), la democracia exige una serie de requisitos en cuanto a participación efectiva, comprensión e información de los asuntos públicos, capacidad de influir en la agenda y consideración de todo tipo de intereses ciudadanos que no suelen cumplirse.
Dahl establece el concepto de poliarquías para definir a las democracias occidentales, caracterizadas por tener cargos públicos elegidos, elecciones libres, libertad de expresión y de asociación, es decir: los requisitos formales de una democracia, pero no son auténticas democracias. En por ello que se hace necesario seguir avanzando hacia un modelo de democracia en el que la participación efectiva de los ciudadanos en la toma de decisiones se amplíe a costa de las élites dominantes, incluidos los partidos políticos.
Esta ciudadanía incompleta requiere cargos electivos para el control de las decisiones políticas, elecciones libres periódicas e imparciales, sufragio inclusivo, derecho a ocupar cargos públicos en el gobierno, libertad de expresión, existencia y protección por la ley de variedad de fuentes de información y derecho a construir y participar en asociaciones u organizaciones autónomas.
En este marco, si se entiende por participación al proceso de intervención de individuos, grupos y asociaciones, como sujetos y actores, en las decisiones y acciones que los afectan a ellos y a su entorno; y por ciudadanía la reivindicación de un sujeto de derechos y responsabilidades frente a un determinado poder, la Participación Ciudadana representa la intervención de los integrantes de la sociedad en actividades públicas como portadores de intereses sociales. (Sanhueza, 2004)
Asimismo, si se entiende por Gestión Pública la manera de organizar la asignación y utilización de los recursos humanos, normativos, económico-financieros, tecnológicos y físicos para el cumplimiento de los objetivos y actividades del Estado, la Participación Ciudadana en la Gestión Pública se refiere al rol del ciudadano como copartícipe y como destinatario de las decisiones y gestiones asociadas a la planificación, presupuesto, ejecución, control y evaluación de acciones públicas, y este rol se entiende como un derecho ciudadano.
Por lo tanto, la participación de la ciudadanía en la gestión pública contribuye a una reformulación de “lo público”, propiciando conquistas de la Sociedad Civil en dominios anteriormente reservados al Estado o al mercado, pudiendo contribuir a corregir fallas de uno o del otro, así como a construir y reconstruir instituciones para la paulatina y equitativa organización de los intereses de la sociedad.
La Participación Ciudadana no es un proceso que se genera de manera espontánea, sino que requiere: (a) un sector público con disposición hacia la apertura, que difunda la información y establezca espacios y mecanismos para acoger y canalizar las preocupaciones, necesidades y propuestas de la ciudadanía, (b) una ciudadanía que se involucre en las cuestiones públicas, con organizaciones que representen toda su diversidad, (c) actitudes, disposiciones, espacios y herramientas que contribuyan a que los derechos y deberes establecidos sean efectivamente reconocidos y ejercidos, (d) legitimación de procesos en marcha y articulación de las ideas y del conocimiento existente, y (e) efectivos procesos de diseño, organización, coordinación, dirección, seguimiento, control y evaluación de la participación.
De acuerdo a Sanhueza (2004), los procesos para el ejercicio del derecho activo a la Participación Ciudadana en la gestión pública deberían reunir las siguientes características: (a) reconocimiento, respeto y empatía por el otro: ello implica aceptar que sobre cada tema existen diversas percepciones, valoraciones e intereses legítimos y estar dispuesto a ponerse en el lugar del otro, a incorporar nuevas perspectivas, a buscar intereses compartidos, y a abrirse al cambio y a lo nuevo; (b) orientación a resultados: las personas y las instituciones necesitan razones y objetivos claros para participar en la gestión pública; (c) inclusión: deben participar del proceso todas aquellas personas, grupos y organizaciones con interés significativo en el asunto y que puedan ser afectados positiva o negativamente por los resultados.

Referencias Bibliográficas

Dahl, R. (1989). La poliarquía. Disponible: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/cpuno/asoc/profesores/lecturas/dahl2.pdf
Sanhueza, A. (2004). Participación ciudadana en la gestión pública. Corporación Participa. Santiago. Disponible: http://www.participa.cl/wp-content/uploads/2007/10/participacion-ciudadana-en-la-gestion-publica.pdf