sábado, 10 de marzo de 2012

Kony 2012

Tomado de Periodismo Digital

Les confieso que no salgo de mi asombro ante la noticia de la polémica que ha suscitado el video Kony 2012, con el que se da título a una campaña en la que se pide el arresto del fantasmagórico líder del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), el grupo guerrillero que durante dos décadas sembró el terror en el Norte de Uganda (tiempo durante el cual servidor de ustedes estuvo presente allí como misionero) y desde el año 2006 mata y secuestra en remotas zonas de la República Democrática del Congo y la República Centroafricana. La campaña fue lanzada el lunes pasado por la ONG norteamericana Invisible Children (www.invisiblechildren.com). ¿Por qué tanta controversia?
Lo primero que llama la atención es la extraordinaria difusión que el vídeo ha tenido, nada menos que 52 millones de visitas en Youtube, y cientos de millones de dólares donados en muy pocos días. El poder de las redes sociales como Youtube y Twitter está extraordinario y son grandes medios para difundir una idea y apelar a los sentimientos y a la acción. Además, este vídeo ha suscitado incluso el apoyo de celebridades como Oprah Winfried, que hoy día son capaces de dirigir los pensamientos y las acciones de millones de personas. La película, desde un punto de vista técnico, tiene un gran poder de persuasión y no puede dejar indiferente a nadie que lo contemple.
Como primera reacción no puedo evitar una cierta tristeza. Yo viví en medio del horror que causó el LRA durante dos décadas y fui testigo de secuestros (Kony llegó a arrancar de manos de sus padres a unos 40.000 niños), y barbaridades sin fin como emboscadas, masacres, mutilaciones horrorosas y una desesperación sin límites. En vano intentamos durante muchos años llamar la atención de la comunidad internacional, y con medios muy pobres. Recuerdo cuántas noches en blanco pasé a mediados de los años 90 escribiendo con mi vieja Olivetti y papel carbón relatos de atrocidades y listas de niños secuestrados que después enviábamos a embajadas y a oficinas de Naciones Unidas para después encontrarnos con el silencio más absoluto. En una ocasión un amigo diputado me llevó a las oficinas de la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo y ante mi angustiosa petición de que el gobierno español hiciera algo la número dos de la AECID me dijo que Uganda no estaba entre los países prioritarios para la cooperación española y me respondió con una escueta frase: “No podemos estar en todas partes a la vez”. Por aquellas fechas pedí a la embajada española en Nairobi (que nunca se dignó enviar a ningún diplomático para visitar aquella atormentada zona) una ayuda de unos 3.000 euros para pagar los estudios de exniños soldado y el embajador me envió un fax diciéndome que “dado el escaso volumen de relaciones entre España y Uganda” no podían ayudarnos. En el mundo de hoy la gente responde a campañas apoyadas por celebridades. ¿Hubieran sido las cosas distintas si, por ejemplo, Encarna Sánchez o Pedro Almodóvar hubieran pedido la liberación de los niños secuestrados por Kony?
Como toda realidad humana, el vídeo Kony 2012 tiene sus limitaciones, sobre todo una falta de contextualización del problema que el mismo director del filme ha reconocido. Durante los primeros 20 minutos no se aclara que la guerra en el Norte de Uganda se terminó a finales del 2006 y que ya no hay 40.000 niños secuestrados, puesto que a partir de ese año el LRA ha operado en remotas zonas del Congo y de la República Centroafricana y apenas son unos pocos cientos. Al no aclarar este extremo muchos espectadores pueden tener la errónea impresión de que el problema continúa todavía en el Norte de Uganda, cosa que no es cierta puesto que allí la situación está ahora normalizada y los dos millones de desplazados hace ya por lo menos cuatro o cinco años que volvieron a sus hogares. El vídeo omite también datos esenciales, como las causas de la guerra o el hecho de que también el ejército gubernamental ugandés cometió numerosas atrocidades contra la población. Y, por respeto a la gente, creo que hubiera sido oportuno reconocer que durante década y media la sociedad civil realizó enormes esfuerzos por la paz que condujeron a un proceso de reconciliación ejemplar y a negociaciones de paz muy arriesgadas que consiguieron que se liberara a miles de niños y mujeres en cautividad. Es lógico que en Uganda mucha gente se haya molestado y haya reforzado su percepción del norteamericano arrogante que se cree el salvador del mundo.
En cuanto a la solución propuesta, el arresto de Kony para ponerlo a disposición de la Corte Penal Internacional, está muy bien, pero no está tan claro que una intervención militar norteamericana en las selvas de la República Centroafricana sea tan fácil de poner en práctica como se presenta. Conozco a la ONG Invisible Children y tengo, en general, una buena impresión de ellos. Recuerdo muy bien cuando llegaron al Norte de Uganda en el año 2003 en una época en la que los líderes religiosos nos cansábamos de pedir atención internacional a la tragedia que vivíamos en el Norte de Uganda. Realizaron un vídeo sobre el sufrimiento de los niños en esta zona de guerra y a partir de ahí empezaron una campaña que ha ido creciendo en progresión geométrica. En años recientes he visto escuelas rehabilitadas con el dinero que han recaudado y sé que en Dungu, en la zona del Congo afectada por los ataques del LRA, llevan adelante un centro de curación de traumas para niños que han escapado de la guerrilla. No tengo ninguna duda de que esta campaña Kony 2012 la han realizado con la mejor de las voluntades pero tal vez les hubiera ayudado un poco más dejarse aconsejar y tomarse más tiempo para poner las cosas en su contexto, porque en media hora de imágenes las cosas se pueden contar bien y con suficiente claridad. Pero el dejarse dominar por la tiranía de una cultura que quiere contar mensajes en 140 caracteres e impactar con imágenes más que provocar la reflexión lleva a resultados como este, que suscitan una gran polémica. Ojalá, en medio de esta turbulencia, por lo menos el mundo occidental se dé cuenta de que durante demasiado tiempo no ha dado el mismo valor a todas las vidas humanas. Porque lo verdaderamente triste del asunto es que miles de personas en las selvas del África Central pueden morir y vivir en medio del terror mientras el resto del mundo mira para otra parte
 
 

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