por Martín Guédez
Hace poco más de una semana llamábamos la atención sobre la necesidad de igualdad como requisito indispensable para que la iniciativa democrática en extremo del PSUV llamando a la participación de todos y todas en la elección de los candidatos a la Asamblea Nacional tuviese plenitud fecunda. Este llamado es profundamente democrático y por tanto socialista. No esterilizarlo es una urgencia.
Sólo por razón de ordenar el análisis vamos abordando por separado algunas de las virtudes fundamentales del socialismo pleno. En el fondo esto no deja de ser un riesgo. En la praxis más concreta tienen una inmanente ligazón de modo tal que resulta complejo incluso distinguir unas virtudes de otras. La justicia es uno de los pilares fundamentales del socialismo.
El concepto de justicia se usa y hasta manosea mucho pero es quizás uno de los más complejos de definir pues hay justicia moral, justicia legal, justicia social, justicia económica, etc., etc. Podríamos decir que no hay actividad humana que no esté relacionada con la justicia o la falta de ella. Intentaremos aproximarnos al concepto revolucionario de justicia para luego comprometernos con él. Veamos:
Aristóteles definía la justicia esencialmente como hábito mental, de modo que está inscrita en valores profundamente individualistas: el justo realiza y quiere lo que es justo. El pensamiento filosófico esclavista romano colocó el relieve en el aspecto jurídico de la justicia. Ulpiano definía la justicia como la constante y firme voluntad de dar a cada uno lo suyo. Así, el pensamiento dominante e individualista de la justicia la coloca como un hábito personal que tiende a dar a cada quien lo suyo. A partir de estas definiciones fruto de la historia de la dominación podemos llegar al concepto socialista de justicia, su carácter de alteridad (relacionalidad), obligatoriedad (no se trata de una decisión puramente ética) e igualdad.
La voluntad no es ya la voluntad del individuo sino de la sociedad o comunidad. Así, la justicia es parte de la estructura social y no hábito individual. Lo suyo no es solamente aquello a lo que cada cual tiene derecho sino también lo que cada uno debería tener, poseer o disfrutar para ser completamente persona y poder así contribuir con un orden social completamente justo. Un compromiso comunitario, de todos, todas y de cada uno y cada una de las personas.
Un partido, una Comunidad o una nación socialista, para serlo de verdad, tiene que funcionar de modo que el grupo –y con el grupo la persona- adquiera una conciencia cada vez más lúcida de los valores de la convivencia en igualdad. No puede haber un bien individual que se alcance en detrimento de otro o del bien colectivo. Así, todo bien colectivo significará inexorablemente un bien para el individuo como parte del conjunto. Hay –y tiene que haber- una estrecha conexión entre el compromiso por la justicia y la respuesta a la vocación del revolucionario socialista de amar al hombre en la comunidad y amar a la comunidad en el hombre. “El Socialismo es la ciencia del ejemplo”, justamente en este pensamiento nos recuerda el Che esta relación inmanente entre la ortodoxia (pensamiento), ortopraxis (acción) y la ortofrenia (camino): de la cabeza, al corazón y a los pies y las manos.
En las primeras comunidades cristianas domina la dimensión escatológica de la justicia. Buscaban la justicia a nivel de la comunidad de creyentes obviando el mundo y la historia que los rodeaba. No buscaron un cambio de las conciencias ni de las estructuras, de modo que el “experimento” duró lo que pudo durar la tensión ética que lo sostenía. El Socialismo Científico (así con mayúsculas), primero desenmascara y denuncia las estructuras de dominación injustas, pero no se queda allí: promueve, proyecta y transforma lo encontrado hasta alcanzar estructuras de igualdad y justicia para la Comunidad y el Mundo, por eso es la única salida que la humanidad tiene a la barbarie del capitalismo.
Tiempo pues de revisar, rectificar y reimpulsar los valores de la igualdad y la justicia en la conformación tanto del partido como de esas células fundamentales de una patria socialista como lo son las Comunas. Reitero un llamado al respecto: los Consejos Comunales son el primer escalón del poder constituido, el más inmediato, natural y cercano. Estos tendrán las luces y virtudes, pero también las lacras y defectos que estén presentes en el conjunto del Poder Constituyente, vale decir, en la Asamblea Comunal y la Comuna en todo su conjunto. Comenzar por los Consejos y obviar de esta manera la naturaleza de su origen podría significar la ruina del proyecto. Igual ocurre con el rol del Partido.
El Partido –su liderazgo y en general sus cuadros- no puede estar formado por miembros del Poder Constituido (Nacional, Estadal o Municipal). Si se está en un cargo de gobierno se debe renunciar –temporalmente, como el cargo- a la dirección del Partido. Esta permanencia esteriliza el rol animador, contralor y de vigilancia de la conducta del Estado y el Gobierno que debería ser su principal vocación. Es claro que, si miembros de los poderes constituidos del Estado o del Gobierno son a su vez máximos directivos del Partido, éste (el partido) perderá toda su esencia contralora. Es de una ingenuidad insufrible suponer que el funcionario será radicalmente crítico con su propia actuación. Al no serlo, el partido termina siendo una instancia poderosamente apañadora de los defectos y errores del funcionario del Estado o del Gobierno.
El liderazgo del partido debe ser absolutamente puro, independiente, comprometido con la Revolución mucho más allá de lealtades a intereses personales o de grupo. El Socialismo hay que construirlo bien o aprestarnos a pagar las consecuencias de no hacerlo. De esta reflexión y por razones sui géneris se excluye al Presidente Chávez, al mismo tiempo Jefe del Estado, del Gobierno y Presidente incuestionable del Partido y del proceso Revolucionario. Sin Chávez no hay Revolución.
El Partido –su liderazgo y en general sus cuadros- no puede estar formado por miembros del Poder Constituido (Nacional, Estadal o Municipal). Si se está en un cargo de gobierno se debe renunciar –temporalmente, como el cargo- a la dirección del Partido. Esta permanencia esteriliza el rol animador, contralor y de vigilancia de la conducta del Estado y el Gobierno que debería ser su principal vocación. Es claro que, si miembros de los poderes constituidos del Estado o del Gobierno son a su vez máximos directivos del Partido, éste (el partido) perderá toda su esencia contralora. Es de una ingenuidad insufrible suponer que el funcionario será radicalmente crítico con su propia actuación. Al no serlo, el partido termina siendo una instancia poderosamente apañadora de los defectos y errores del funcionario del Estado o del Gobierno.
El liderazgo del partido debe ser absolutamente puro, independiente, comprometido con la Revolución mucho más allá de lealtades a intereses personales o de grupo. El Socialismo hay que construirlo bien o aprestarnos a pagar las consecuencias de no hacerlo. De esta reflexión y por razones sui géneris se excluye al Presidente Chávez, al mismo tiempo Jefe del Estado, del Gobierno y Presidente incuestionable del Partido y del proceso Revolucionario. Sin Chávez no hay Revolución.
¡PATRIA Y SOCIALISMO… O MUERTE!
¡VENCEREMOS!
(**) Nota Personal: A pesar de que el artículo data del año 2010, creo que las reflexiones del autor son pertinentes hoy más que nunca.