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sábado, 17 de octubre de 2020

Invirtiendo la polaridad

Estar en Venezuela con esperanza, con buen ánimo y un humor aceptable es un gran reto personal. Yo soy inmigrante en este país desde hace treinta años; no tengo la edad, las ganas, el garbo, ni la prestancia para hacerlo de nuevo. Confieso que ya no me reconozco, no me acuerdo cuando reí con ganas, cuando fue la última vez que me sentí completa, bien, esperando algo o dispuesta para algo.

Suena nefasto, lo sé, solo entendible cuando se contextualiza a mi madre con Parkinson, mi hijo con esquizofrenia, mi hija fuera del país y mi papá ya muy exhausto en sus 77 años. No tengo más familia, entendiendo el término como aquellos seres humanos a los cuales le confiarías  a tu mamá por ejemplo. Por lo tanto, disfruto cada día con ellos y por ellos, sin importar las voces agoreras que te dicen al oído que somos población de riesgo por dónde lo mires.

La pandemia sumada a la crisis política, económica y social ya existente, agudizada a grados superlativos, nos volvió el tipo de personas que se alegran si comieron su alimento caliente tres veces al día. No sé si podremos volver a ser parecidos a lo que éramos, supongo que no. Se fueron muchos sentimientos, los de la gente que demostró que nunca fue tu amiga, los de la gente que se fue del país y lucha sus propias batallas, los de la gente que apenas si se enteró de la pandemia y de la crisis. En fin, solos.

¿Era necesario este momento para saber qué, cómo, cuándo y por qué? En mi caso, sí. Tenía mucho tiempo viviendo en modo piloto automático. Tenía que sacudirme y sola no lo iba a hacer. Hoy valoro a mis padres, a mis hijos, mi carrera. Pienso que soy una buena persona, buena amiga y excelente profesional.  Lo sé porque a pesar de la niebla oscura y gris que se entremezcla con los colores propios de mi país tropical, puedo ver brillar mi sol, puedo ver que existe un modo diferente de estar y ser. 

No hay oscuridad si antes no hubo luz y viceversa. No hay valentía si antes no conocimos el miedo. No hay esperanza si primero no nos vimos al borde del abismo y no caímos. Era necesaria una situación como la actual para que nos diéramos cuenta que lo que no construye, destruye;  que los buenos deseos no son suficientes sino van acompañados por acciones.

Uno de los campos del saber humano de mayor demanda en la actualidad es el de las cosas sin explicación. Abunda quien habla de karma y darma, de experiencias angelicales, de meditación con muchos apellidos. Yo sigo viendo el rostro de gente con rabia y esa es la peor de las emociones, superada únicamente por la culpa. No nos dejemos atrapar en este laberinto. Hagamos inventario, limpiemos el closet, lavemos  la ropa y avancemos.